El cuerpo robado


Por Cecilia Musicco

El cuerpo robado, usurpado, negado, ausente. Cuerpo con rupturas. Rupturas con otros, con el mundo, consigo mismo. El cuerpo moderno: la construcción histórica resultante de un proceso que ha promovido el olvido existencial de la identidad hombre-cuerpo. La filosofía clásica ya planteaba esta oposición en la dualidad alma-cuerpo. En la actualidad, esta disociación es llevada al límite, en un cuerpo que es casi un alter-ego del sujeto. Así, esta dualidad diluye carne y sensibilidad en la relación con el mundo.
El discurso actual del cuerpo liberado resulta ser la mentira hegemónica por la cual sólo puede ser libre aquel cuerpo que previamente merecería ser liberado, un cuerpo impuesto, legitimado: el cuerpo joven, delgado, turgente, y no otro. El otro sigue siendo despreciado y temido. Ese mismo discurso actual restringe a infinidad de sujetos como seres constreñidos en sus carnes, apresados en la imagen, y aún más reprimidos.
Este discurso extremo que divide al hombre de su cuerpo supone que el cuerpo sería el envase de un algo que existiría por detrás. Supone que habría una existencia separada de las manifestaciones del cuerpo.
En cambio, soy una unidad con mi cuerpo, no tengo un cuerpo sino que soy mi cuerpo, no existe escisión entre mi cuerpo y mi conciencia, sino que se constituyen en relación simultánea.
Cuerpo-identidad: cada pliegue habla antipredicativamente como totalidad en expresión. El cuerpo no es propiedad, es ser, tiene memoria y almacena marcas significativas del camino recorrido. Cuerpo que es extensivo, porque no es solamente carne y hueso, es gesto y movimiento, y es también todo lo que lo cubre y lo maquilla. En el cuerpo, todo habla sin hablar, y dice todo lo que yo no puedo, o lo que no sé. Hombre que existe en su cuerpo, y en él se despliega. Construcción compleja de signos que vela y revela. Cuerpo memorioso que condensa toda mi historia en un ahora presente.
Nos enseñan a pensarnos cuerpo-objeto, nos enseñan a naturalizar la escisión, y a padecer el cuerpo más que a vivirlo.
Nuestra imagen corporal ha sido construida como un espacio interno, lo que existe de la piel para hacia el centro, lo oculto, insondable a la mirada. Desde niños, ansiamos una vivencia del cuerpo integral y personal, un cuerpo coextensivo al mundo, conocido y definido concretamente a partir de los propios sentidos. Aprendo a conocerme por el tacto, el olfato, por mirarme.
Pero más tarde, soy arrebatado de mi cuerpo, mis sentidos pierden autoridad y comienzo a ser definido desde afuera, en una construcción por analogía a un prójimo genérico. El cuerpo se vuelve una reducción económica, homogénea y mecánica, definido por visiones anatómicas, como un sistema de huesos, glándulas, órganos. Las radiografías dicen que tengo un cuerpo, pero mi experiencia me dice que siento mi cuerpo, siento mis huesos, glándulas, órganos, etcétera.
El corazón no es el mismo para todos. Sólo un trabajo consciente sobre él, reconocerlo como propio y parte constitutiva de mí, puede devolverme de su versión alienada, devolverme mi corazón vivo.
Reflexionar sobre la naturaleza del cuerpo es tener siempre presente que un cuerpo existe mas allá de su carne y que es una construcción cultural siempre variante, inmersa en una sociedad. Y, por sobre todo, inmersa en las relaciones de poder y en tendencias impuestas por los medios de comunicación masiva.
Interrogar el cuerpo es cuestionar el cuerpo que se nos impone, a cambio del cuerpo propio, el vivido. Se trata de desandar el camino, de atribuir un estatuto de realidad al cuerpo para nosotros, y de restituir la función fundamental de la autopercepción, para retomar esa identidad escindida, perdida, robada u olvidada, para recuperar la relación existencial ser-conciencia-cuerpo, es decir, para sabernos cuerpo.


Bibliografía
-Le Breton, David, Antropología del cuerpo y Modernidad, Buenos Aires, Nueva Visión, 1995.
-Sartre, Jean Paul, El ser y la nada, Buenos Aires, Losada, 2003.
-Vishnivetz, Berta, Eutonía. Educación del cuerpo hacia el ser, Buenos Aires, Paidos, 1996.


Imagen en este artículo
Kitt Johnson, en su obra The mirror (Dinamarca, 2002). Foto: Per Morten Abrahamsen.